domingo, 10 de diciembre de 2006

El día que murió Pinochet

El día que murió Pinochet deben haber llamado de emergencia a todos los integrantes del equipo de prensa de los canales. Prontamente me podía pasar de canal en canal viendo como llegaban al Hospital Militar viejas chillonas y a la Plaza Italia pailones con ganas de tomar y revolverla.

Ya cabreado de ver a tanto capitalino exaltado me dije a mi mismo: mismo, mejor anda a ver lo que pasa en tu ciudad. Así que tome mi camarita para rescatar este momento histórico. Pensé irme a Valparaíso donde siempre se ve más actividad en estos casos, pero opte por ver si tanta pasión despertaba a los apáticos viñamarinos, así que me encamine al centro a ver las grandes manifestaciones que se estarían produciendo.

Mi camino comenzó bien, porque me encontré lo que pensé sería mi primera bandera.

Lamentablemente ésta colgaba de una terraza, por lo que la persona que colocó nuestro símbolo patrio no pudo ponerla a media asta o a asta completa, por lo que nunca supe si su sensación era de pesar por la muerte de el insigne hombre de Estado o de alegría por el deceso del despiadado tirano. Pero aquello no importaba, ello sería sólo la primera imagen referente a este período.

Al pasar frente a un quiosco de diario me llamó la atención la portada del diario oficialista La Nación que hacía referencia a la reciente recuperación del caballero. Era la única mención, pero me pareció relevante en el contexto de las imágenes que vería después.






Busque mas banderas o símbolos en vano, la gente circulaba por las calles como cualquier domingo por la tarde. Pero llegue a las Plazas Viña y Sucre, el centro centro de mi ciudad, sin embargo los manifestantes en pro o en contra brillaban por su ausencia.











Pensé entonces, quizás estos de acá se arrancaron ante la multitudinaria manifestación que quizás hay en la Plaza María Luisa Bombal. Allí vi un contingente policial con sus aliados caninos, pero la verdad no muchos manifestantes.





Bueno, por lo menos debían haber banderas en alguna parte, busque los edificios más grandes, pero nada.

















En el mismo lugar encontré por último un lugar que extrañamente atendía al público aquel domingo. Allí podría ir los varones pinochetistas a consolarse por su general, o los otros a hablar de su furia contra él, aquello ante una bella dama que lo escucharía atentamente por el módico precio de un café cortado.



Bueno, la búsqueda fue en vano, luego ví una exigua nota que en Valparaíso hubo unos pocos manifestantes, pero nada comparado con Santiago. Pero tampoco le pongamos tanto, 1000, 2000, 3000 personas a lo sumo en una megalópolis de cinco millones de personas. Bueno, para bien o para mal aquel personaje fue importante, históricamente quizás el más relevante para el siglo XX chileno. Pero, también para bien o para mal, sufrimos, padecemos, gozamos o disfrutamos del orden que impuso. Y si se muere o vive para siempre aquello poco cambia.